Para cada proceso y con la participación del responsable del mismo, se designaron los responsables de medir y registrar los indicadores aprobados. En un principio se optó por documentar (en instrucciones técnicas) las instrucciones para tales tareas, a fin de que el personal pudiera consultarlas en caso de duda. No obstante, tras las explicaciones dadas pareció no ser necesario y se prefirió no engrosar el número de documentos del sistema.
Por otro lado, se nombró a los responsables de recopilar los resultados de estos indicadores, de analizarlos y de presentarlos posteriormente en la revisión del sistema de gestión de calidad, donde se estudiarían las acciones oportunas para la mejora del sistema.
La empresa no realizaba hasta ese momento tareas de aplicación, registro y análisis de indicador alguno para sus procesos, por lo que no se disponía de información objetiva a partir de la cual determinar los valores máximo y mínimo de los parámetros a controlar dentro de cada proceso.
Por este motivo en la mayoría de los procesos, en lugar de establecer valores máximos y mínimos para los parámetros, se prefirió simplemente recopilar estos valores para pasado un tiempo (que dependería de cada proceso concreto)
decidir cuáles deberían ser estos valores límite. Parecía absurdo plantear por ejemplo, reducir el número de quejas a tal cantidad, o disminuir la cantidad mermas de material en el proceso de corte, cuando no se conocía el número actual de estas.
Pasado este tiempo de recopilación de datos, se estaría en posición de decidir cuál era la situación real de cada proceso y cuales habrían de ser los objetivos de mejora esperados para el siguiente periodo. En ese momento se podrían decidir los valores mínimo y máximo de los procesos correspondientes.